Con “Aviones” el dúo madrileño ha hallado definitivamente su manera de expresarse en canciones. Un volumen repleto de argumentos: 17 ráfagas de latido templado que muestran su excepcional estado de salud. Su sexto disco confirma una evidente maduración, donde el alma rockera que los gobierna vira con seguridad el timón hacia folk y country.
“Aviones” fue naciendo durante la extensa y multitudinaria gira de “Aproximaciones”, Rubén y Leiva habían ido haciendo bocetos y garabateando ideas, de manera que, apenas acabada la gira, empezaron con el disco nuevo. Grabado en el salón de una casa de campo, lo que en principio iban a ser unas sesiones preparatorias, resultaron tener tal naturalidad interpretativa y calidad expresiva, que terminaron siendo el verdadero esqueleto del disco. Los medios técnicos fueron pretendidamente austeros y como siempre ellos mismos tocaron el noventa por ciento de todos los instrumentos que suenan (llegando Leiva a grabar 17 baterías en una sola jornada), buscando la esencialidad de la canción y atreviéndose con instrumentos que aún no habían experimentado: banjo, ukelele, melotrón ó mandolina, algo que dota al disco de una especial personalidad de rupestre tendencia folkie. El dúo lo ha tenido tan claro como para producir y mezclar el álbum.
“Aviones” rebosa calidez y bella armonía en un proporción que acaricia y cuida al extremo intensidades, atmósferas, silencios y melodías. Estribillos lapidarios y estrofas que lanzan sensaciones y tocan las teclas del sentimiento. Un trabajo con alma acústica y corazón de madera. Ahí está la naturalidad y desnudez de “Windsor”, el guiño descarado, golfo, marca de la casa, de “Lady Madrid”, la adictiva y dramática historia de “4 y 26”. Impresionante es el dúo con Andrés Calamaro, “Amelie, o la imprescindible “Pirata”, himno pop dedicado a corazones indomables. O el diario íntimo “Backstage”, la insinuante e insolente “Champagne”, la embriagadora, pegadiza “Que parezca un accidente”, la lujuriosa y honesta “Voy a comerte”. O la delicada intimidad de “El día que no pueda más”, o el ceremonioso homenaje a los Stones que supone “Llévame al baile”… La épica de Leiva, la transparencia de Rubén: el aire del uno, la tierra del otro y, arrasando, el fuego que prende: Pereza.
Alejados de lo que hubiese sido hacer lo evidente (ahora que el panorama está lleno de decenas de jóvenes grupos que tienen “el sonido Pereza”) ellos se ciñen a un sendero propio donde se perciben sombras de Dylan, se muestran fieles a George Harrison y se asimilan con holgura las astillas y las lágrimas de Gram Parsons y Tom Petty.
“Aviones” mejora y enriquece el camino seguido hasta ahora por Pereza, centrándose en un sonido añejo atemperado en barrica de linajudo roble, en delicada madera de nogal transformada en caja acústica, en aire limpio, botas camperas y dedos gastados de tocar y querer seguir tocando.
“Aviones” fue naciendo durante la extensa y multitudinaria gira de “Aproximaciones”, Rubén y Leiva habían ido haciendo bocetos y garabateando ideas, de manera que, apenas acabada la gira, empezaron con el disco nuevo. Grabado en el salón de una casa de campo, lo que en principio iban a ser unas sesiones preparatorias, resultaron tener tal naturalidad interpretativa y calidad expresiva, que terminaron siendo el verdadero esqueleto del disco. Los medios técnicos fueron pretendidamente austeros y como siempre ellos mismos tocaron el noventa por ciento de todos los instrumentos que suenan (llegando Leiva a grabar 17 baterías en una sola jornada), buscando la esencialidad de la canción y atreviéndose con instrumentos que aún no habían experimentado: banjo, ukelele, melotrón ó mandolina, algo que dota al disco de una especial personalidad de rupestre tendencia folkie. El dúo lo ha tenido tan claro como para producir y mezclar el álbum.
“Aviones” rebosa calidez y bella armonía en un proporción que acaricia y cuida al extremo intensidades, atmósferas, silencios y melodías. Estribillos lapidarios y estrofas que lanzan sensaciones y tocan las teclas del sentimiento. Un trabajo con alma acústica y corazón de madera. Ahí está la naturalidad y desnudez de “Windsor”, el guiño descarado, golfo, marca de la casa, de “Lady Madrid”, la adictiva y dramática historia de “4 y 26”. Impresionante es el dúo con Andrés Calamaro, “Amelie, o la imprescindible “Pirata”, himno pop dedicado a corazones indomables. O el diario íntimo “Backstage”, la insinuante e insolente “Champagne”, la embriagadora, pegadiza “Que parezca un accidente”, la lujuriosa y honesta “Voy a comerte”. O la delicada intimidad de “El día que no pueda más”, o el ceremonioso homenaje a los Stones que supone “Llévame al baile”… La épica de Leiva, la transparencia de Rubén: el aire del uno, la tierra del otro y, arrasando, el fuego que prende: Pereza.
Alejados de lo que hubiese sido hacer lo evidente (ahora que el panorama está lleno de decenas de jóvenes grupos que tienen “el sonido Pereza”) ellos se ciñen a un sendero propio donde se perciben sombras de Dylan, se muestran fieles a George Harrison y se asimilan con holgura las astillas y las lágrimas de Gram Parsons y Tom Petty.
“Aviones” mejora y enriquece el camino seguido hasta ahora por Pereza, centrándose en un sonido añejo atemperado en barrica de linajudo roble, en delicada madera de nogal transformada en caja acústica, en aire limpio, botas camperas y dedos gastados de tocar y querer seguir tocando.
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